30 June 2010

Mente inflexible en cuerpo inflexible

Hace unas semanas, por una milagrosa alineación cósmica, logré escabullirme fuera de la oficina antes de las seis de la tarde para ir al gimnasio. Generalmente voy con cierto acompañante y eso significa que para no sentir que le hago perder tiempo y dinero arrastrándolo a hacer ejercicio dedico media hora a cualquier máquina de cardio que esté disponible por los buitres con pisto que se amontonan en ese lugar, para luego irme por mi cuenta a cualquier clase de aeróbicos que esté programada en el salón principal. Pero ese día en particular andaba por mi cuenta y mi motivación sólo alcanzaba para una clase nada más. Entré al salón y vi en la pizarra de los horarios que justo en ese momento estaba por empezar la clase de yoga, a la cual nunca antes había podido llegar porque he perdido la costumbre de salir al mundo antes del anochecer. Ni siquiera podía poner como pretexto no tener una de esas alfombras flaquitas y acolchonadas que se usan en esas clases: en el gimnasio están disponibles para el público. Así que me atreví y fui a mi primera clase de yoga.

Entré pensando que esta clase iba a ser calmada y tranquila como recordaba la última que recibí –hace más de 15 años-, pero a los cinco minutos me di cuenta que estaba totalmente equivocada. Desde un inicio comenzamos con unos ejercicios de respiración y estiramiento todos agitados que me hicieron sudar como cuando me quedo en las caminadoras que tienen televisor individual. La clase estaba atiborrada de gente y entre la música espantosa y estridente de la clase de spinning de al lado y la música lenta que teníamos nosotros era un poco difícil escuchar lo que estaba diciendo el profesor. No tuve más remedio que seguir a mis compañeros que parecían unos expertos en la materia. El instructor es un señor muy agradable, de aspecto muy feliz, tal vez por la barba que tiene o porque da unas indicaciones en un tono de voz que inspira relajarse. Además que sus órdenes son todas positivas: “inhalen salud y energía, exhalen enfermedades y tensiones físicas y psicológicas”.

Pude acostumbrarme al calentamiento. La idea es controlar la respiración y preparar los músculos para lo que viene, que es como una especie de rutina que todos parecían conocer perfectamente. Allí es donde están todos esos movimientos que se ven en las películas: “perro ascendente”, “lomo de gato”, “postura de guerrero”, etc. Mentalmente entendía que esa era una serie de movimientos repetitivos pero por más que lo intenté jamás pude emularlos en la forma y en el orden que debían ser. Pero lo peor fue cuando teníamos que conservar una postura. El día anterior tuve la brillante idea de hacer ejercicios con pesas para, según yo, tonificar brazos. Por supuesto, sin supervisión de ninguno de los entrenadores disponibles porque me cae mal estar corriendo detrás de la gente para que me digan qué hacer. Y ese día sentía todas las dolorosas secuelas en mis brazos, totalmente incapaces de dejar de temblar en cualquiera de las posturas que nos decía el maestro. Me imagino que me identificó como nueva o como inútil, porque no dejaba de llegar a corregirme, pero lo peor fue que en cierto momento tenía que sostener mi cuerpo inclinado con un brazo en el piso, las piernas estiradas en diagonal y el otro brazo estirado hacia el techo. Parecía que tenía mal de Parkinson, meneándome como una hoja. El pobre hombre ni pudo contener su risa.

Mi elasticidad es nula. Y quisiera decir que es un mal propio de la edad, pero la verdad es que ni siquiera en mis clases de gimnasia olímpica, cuando era una niña de 7 años con los huesos a medio formar, fui capaz de alcanzar mis pies sin doblar las rodillas. El profesor dice que el propósito de la clase es crear flexibilidad en el cuerpo, que por deseos de protegerse contra amenazas externas se va endureciendo y cerrándose en sí mismo. Basándome en las enseñanzas que determinan que el cuerpo es el reflejo directo del espíritu, las implicaciones de mi dureza física me resultan preocupantes. Cuando me pongo a analizar mis decisiones pasadas, mis aspiraciones y actitudes me veo como la criatura mandona, testaruda, cruel y crítica que soy. Tengo la convicción de obrar con la mejor de las intenciones, pero eso no evita que no tolere y exprese mi repudio hacia las mediocridades ajenas o hacia todo aquello que yo considero que las personas hacen en detrimento de su potencial.

No soy una mala persona, pero mis acercamientos carecen de gentileza, docilidad; es como si me estuviera enfriando y endureciendo por dentro. Me encuentro entre un grupo de gente sin saber de qué platicar con ellos, a pesar de que no nos conocemos y por ello tenemos mucho por descubrir y muchos temas en los cuales indagar. Temo que empiecen a interrogarme sobre mi vida, la cual ahora resguardo cautelosamente por miedo a que hablar de mis planes siente la pauta para que no se realicen. Las ofensas y desaires, aunque sean de amigos muy cercanos, me hieren profundamente y me cuesta dejarlos pasar. Siento que si han mostrado esas facetas una vez no hay nada que impida que continúen con ese comportamiento y hago una ruptura unilateral de relaciones. Pero lo que más me preocupa es que ahora veo a otros en etapas difíciles, donde debería de mostrar mayor compasión y bondad y me desespero ante su debilidad, ante su anhelo por consuelo, aunque en el pasado yo he sido una campeona en ese juego de inspirar lástima.

Y es por eso que mi cuerpo es de piedra, porque mi corazón desde hace tiempo está muerto. ¿Qué puede hacer el yoga por alguien así?

4 comments

  1. Jajaja, el problema con vos niña es que efectivamente sos una persona muy crítica, y tu principal objeto de críticas sos vos misma. Podrás decir que tengo tiempo de no verte, pero aún así te conozco de años y se que esa persona que estás describiendo ahí no sos del todo vos, o por lo menos no es esa la Marcela que vemos los demás.

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  2. En lo personal siempre trato de ignorar los comentarios de la alineacion de Chakras y cosas por el estilo, pero como puro ejercicio de relajacion y de flexibilidad es lo maximo. Yo no soporto las clases de alto impacto y con mucho brinco, por eso Yoga es lo unico que me hace sentir mas que una papa frita.
    El balance que tenes que encontrar es que no competitivo es personal, asi que entre mas te compares menos lo vas a disfrutar.
    Y para los que no creen que es ejercicio...que tal el dolorcito de el dia siguiente??

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  3. Berth: /shy!! Tan bella vos por recordarme así :P

    Y Malagrama, tenés toda la razón, me encanta al día siguiente cómo uno está adolorido; le hace creer que el ejercicio es efectivo ;) Aunque si le creo a Sting, de veras que lo es.

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  4. Eso es porque aun no te ha ocurrido nada relevante que te haga recapacitar.

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