30 December 2006

Se tiene. O no se tiene.

De regreso en la ciudad me planteo como una posibilidad el vivir permanentemente en un pueblo, o en el campo. Siempre he notado que la gente que se viene a estudiar a la capital no puede esperar a regresar a su casa los fines de semana, odian estar aquí. Por supuesto que no son todos, está también el caso contrario, como mi padre, que siempre quiso irse de su pueblo, estudiar, y no regresar nunca más. Mis abuelos criaron a sus hijos con la mentalidad, no que la vida de campo es mala, sino que hay más posibilidades fuera de ella. Pero viendo seriamente la existencia de un citadino, pareciera que es tiene más neurosis que ventajas.

El día que fuimos a ver los terrenos que antes eran de mis abuelos, estaba frente al río, pensando que en unas cuantas semanas más tendré que regresar a ver al arquitecto Velásquez, que debería de buscar trabajo en vacaciones y no pasarlas viendo televisión todo el día, que ya es hora de que aprenda a manejar programas de diseño en tres dimensiones y que todavía me quedan dos años de estudio… Quería robarme el caballo y no tener que regresar. Me acordé de la casita en la que pasaba mis vacaciones de la escuela y se me hizo tan paradisíaca. Tan lejana de esa competencia que nunca termina, de la sensación que tengo 21 años y soy un fracaso por que no he escrito un libro, no he compuesto una ópera o no he montado una exposición. Cultivar, criar animales, levantarme al amanecer y dormirme a las 6 de la tarde: podría ser una versión contemporánea de Henry David Thoreau y escribir también sobre peleas entre hormigas rojas y hormigas negras.

Me olvidé que por muchos años traté de convencer a mi abuela que ser ama de casa es un destino cruel e insatisfactorio para una mujer con su talento, sobretodo por que los hijos son ingratos y no aprecian el sacrificio. Juticalpa me parecía asfixiante por que todos los vecinos se sabían tu vida y fuera de las actividades religiosas no había nada que hacer. No entendía cómo es que se podía querer tan poco de la vida, conformarse con las mismas caras todos los días, la misma rutina que no conduce a nada. Pero despojemos de la ambición a semejante planteamiento: sin ella no es tan difícil vivir de esa forma. Si me doy cuenta de que todo este tiempo he reaccionado basándome en la programación “debes tener más que tus padres”, y decido que lo que ellos tuvieron era valioso y digno de rescatarse, es muy probable que pueda escapar del torbellino que me atormenta. Después de todo, no es sano vivir comparándose con los demás por que cada quien tiene un camino distinto, etc.

Perfecto, termino la carrera y me largo a un pueblo recóndito para empezar una nueva vida. Casi estoy a punto de anunciarle a mi padre mi resolución, cuando me da por preguntarle por qué ninguno de los hijos se quedó con la finca de mi abuelo, sino que la vendieron. Me explica que llegó un punto en que era insoportable. Por pura maldad, le mataban o robaban vacas, en la noche se robaban todo lo que estaba en periodo de cosecha, y tratar de encontrar culpables era meterse a rencillas que terminan generalmente con alguien en la cárcel o muerto. No valía la pena conservarla. Me explicó que los campesinos tienen sus propias neurosis y envidias que trasladan a las ciudades cuando emigran. Todo indica que no hay dónde esconderse, o que la voluntad para soportar las urbes se tiene, o no se tiene.

Regreso a mi casa justo cuando una de mis tías de Ceiba y sus dos hijos pequeños se fueron. Estuvieron de huéspedes los mismos días que yo me había ido, y durmieron en mi cuarto, donde mi hermano me cuenta fue el equivalente de un hotel cinco estrellas ocupado por Motley Crüe. Mis papás están peleados por que mi papá estaba enfermo y se sentía desplazado mientras mi mamá se ocupaba de sus invitados. Me envían a comprar comida en el mall donde no hay parqueo, pero cuando un señor de Quiznos me ve atorada por los paquetes de Wendy’s me ofrece una bolsa para cargar todo. No puedo evitar estar feliz de haber vuelto a mis dominios, aunque más adelante los odie y me quiera largar otra vez. Tal vez con buena compañía el campo sea un lugar ideal, así como en esa mala película de M. Night Shyamalan, sólo que yo me voy a encargar de que las criaturas del bosque sean más creíbles.

4 comments

  1. Anonymous8:20 PM

    mira la vida viene y se va, y son los peque;os detalles que vemos en ella los que nos hacen realmente felices, nuestro lugar en la tierra en la vida no esta determinado por nadie, nos corresponde a nosotros hacernos de ese lugar que tanto deseamos la pregunta seria, que tan dispuesta estas a conseguir todo aquello que tanto anhelas y que tanto deseas?? que tan dispuesta estar a sacrificar ciertas cosas por conseguir cosas mejores? enjoy life o te la vas a pasar preguntandote que paso con ella..

    ReplyDelete
  2. Ese sentimiento siempre me ha llenado: irme a un lugar asi, todo recondito. Quizas eso es algo que todos necesitamos en algun momento, de manera fisica o quizas de alguna otra forma. No creo que un pueblo de la comarca hondureña sea la opcion ideal.

    Lo importante es que hayamos visto y al menos pensado en cosas que nos gustan, que deseamos, y que nos interesan. Quizas puede ser que ese deseo que la lejania significa, se pueda "convertir" en algo que podamos tener en cualquier otro lugar.

    ReplyDelete
  3. jo esto parece mi vida hace 13 años...casualmente también soy arquitecto.

    ReplyDelete
  4. Anonymous1:15 PM

    "Cuando me pierdo en la ciudad
    Vos ya sabes comprender
    Es solo un rato; no más,
    tendría que llorar,o salir a matar"

    Cita de: 'Un vestido y un amor' | F. Páez.

    dz

    ReplyDelete