27 January 2006

el amor incondicional

Una de las miles de preguntas que me ha estado rondando por la cabeza estos últimos meses es si realmente existe el amor incondicional. Aquel amor que sentís por alguien y que no es capaz de verse afectado por circunstancias externas.
¿Se puede querer a alguien aún cuando este te daña, te traiciona o te maltrata? Yo tuve, como todos, una etapa de extremo radicalismo y respondía tajantemente, no. El amor se acababa cuando se cruzaba la línea donde se dejaba de respetar la dignidad y la libertad de la otra persona. Nadie que hiciera esas cosas merecía siquiera seguir en mi lista de personas a las que les dirijía la palabra. Y poco a poco empecé a borrar a amigos de toda la vida, a conocidos recientes, a mi hermano, a mi papá y a mi mamá. Con los últimos, la convivencia se daba, pero no les creía un comino cuando daban sus habituales discursos de amor paterno. Encontraba incompatibles sus acciones violentas, irracionales o permisivas y sumisas, con el cariño que uno siente por sus hijos, y que se supone que los debe de proteger de cualquier mal. No entendía cómo mi mamá se dejaba tratar de esa forma, cómo nos exponía a mi hermano y a mí a esas escenas y cómo mi papá era capaz de ser de esa forma y no encontrar nada de malo en su comportamiento.

Me di cuenta que tanto como yo no creía en mi capacidad de quererlos a pesar de sus errores, ellos tampoco la tenían hacia mí. Sabía que llevaríamos la fiesta en paz mientras yo no los desilusionara grandemente. El día que yo llegue a esta casa, embarazada, drogada o que abandone la universidad, se acabó. No tendrían ningún tipo de consideración y los creo capaces de cualquier cosa. Sobretodo de aquellas reacciones humillantes y de soluciones drásticas donde yo de ninguna forma saldría ganando. Fue una revelación muy decepcionante. ¿Si no existe el amor incondicional en tu propia familia, que te ha conocido y cuidado toda tu vida, cómo es posible encontrarlo fuera de ella? No se puede. ¿Entonces no existe?
Después aprendí la diferencia entre ego y espíritu. Hay un nivel en el que las acciones de los demás no nos afectan, en que nadie es capaz de hacernos daño, herirnos, o siquiera hacernos sentir mal. Somos capaces de ver la figura completa, con sus virtudes y sin querer negar los defectos, y no queremos cambiar nada. Aceptamos todo como es, “no por resignación, sino por iluminación”. Tal vez el amor existe, pero las personas tienen métodos erróneos para expresarlo. Se dejan llevar por su necesidad crónica de tener siempre la razón, aunque eso hiera a los demás, y prefieren ganar la batalla, aunque sean los únicos sobrevivientes.

Sé que no puedes recibir aquello que no eres capaz de dar; podría empezar por ser yo la que da su amor, a pesar de todo. No espero que la gente lo entienda o que me traten de la misma forma. Esto no los cambia a ellos, no mejora sus faltas, no perdona sus errores pasados. No los perdona, por que no hay nada qué perdonar: si mi verdadera esencia no ha sido afectada, el error se queda en la superficie y es una muestra de inmadurez, de lo mucho que el otro, o yo, tenemos que aprender. No estoy diciendo que debamos de quedarnos con gente que nos hace daño, sólo por que los queremos incondicionalmente. El amor allí está, pero nadie merece ser maltratado y aguantar esa situación.

¿Puedo realmente amar al orangután cavernícola de mi papá, a la sometida y dejada de mi mamá y al mini orangután cavernícola de mi hermano? Tal vez… Supongo que sólo el tiempo lo dirá.

1 comment

  1. Anonymous3:49 PM

    El eterno acto de la convivencia humana, dónde llegará a la conclusión?

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